viernes, 31 de mayo de 2013

Falcao y la limpiacristales

Parece descabellado pensar que cualquier persona se preste a que le limpien el cristal de su coche en un paso de peatones, como si de un cambio de neumáticos en la Fórmula 1 se tratase. En menos de un minuto, te lo dejan incluso más sucio de lo que ya lo tenías. 

Hoy, caminando por La Castellana, la incredulidad no cabía en mí.  A la altura del paso de peatones para acceder a la calle Raimundo Fernández Villaverde, en la estación de Nuevos Ministerios, pude observar algo que hacia tiempo no había visto. Una chica de etnia gitana limpiando el cristal de un coche, algo como digo inimaginable. Pero, no era un simple coche. Se trataba de un Porsche Panamera Turbo Techart de color blanco, matrícula 3797 HGX y conducido por Radamel Falcao. 


El jugador del Atlético de Madrid reía a carcajada limpia en el interior de su vehículo, acompañado de su bella mujer. La limpiacristales frotaba y frotaba el cristal, para que quedara reluciente, pidiéndole incluso al colombiano que accionara el limpiaparabrisas. 

Una vez terminado, el jugador sacó de su bolsillo unas cuantas monedas, probablemente pasaría de diez euros, se las dio gustosamente a la humilde trabajadora, aceleró y se perdió entre el tráfico. Su sonrisa corría de oreja a oreja, era la mayor propina que había recibido. Ante su asombro, me acerqué y le pregunté:  "¿Sabes quien era ese chico?. La gitana me respondió: "No tengo ni idea". 

Estuve un par de minutos explicándole que era jugador del Atlético de Madrid y que se iba a marchar a Francia para vivir una nueva aventura rodeado de muchos millones de euros. Ella únicamente le conocía de lo poco que había escuchado de la boca de la gente, jamás le había podido poner cara. 

La gitana feliz con su propina, Falcao feliz con su nuevo contrato y yo ,entremedias, intentando comprender si el jugador es tan pesetero como algunos llegan a decir. 

domingo, 26 de mayo de 2013

26 de Mayo de 1993. La historia del fútbol francés había comenzado.


22 de mayo de 1993, 17 horas. 16 jugadores más el staff técnico emprenden su primer viaje hacia Münich. Cuatro días faltan para la disputa de la final de la Liga de Campeones. La gloria les esperaba.

Didier Deschamps levanta el trofeo de campeones de Europa. Foto Uefa

Durante el camino hacia Alemania, la aspiración de lograr el ansiado título se trasladó a lo celestial. En mitad del viaje y antes de cruzar la frontera, el autobús marsellés hizo su primera parada en la basílica de Notre-Dame de la Garde. Allí, Raymond Goethals, entrenador belga fallecido en 2004 a los 83 años,  cogió su mechero y encendió una vela.  Sus pupilos, tomaron ejemplo e hicieron lo propio. El deseo, ganar la Liga de Campeones.

Dos años después de la gran decepción de Bari, el Olympique y sus seguidores tenían de nuevo una cita con la historia Europea. El 29 de mayo de 1991, l’OM caía contra el Estrella Roja de Belgrado en los penaltis, en una final en la que partían como los grandes favoritos. Además de esta derrota, había que sumar cinco finales europeas en las que no se consiguió la victoria. Éste era el balance de los equipos franceses en las competiciones europeas: Stade Reims (1956 y 1959, Copa de Europa) Saint-Etienne (1976, Copa de Europa), Bastia (1978, Copa de la Uefa) y Monaco (1992, Recopa).

El presidente, Bernard Tapie, eligió el Hotel Bachmair en Rottach-Egern para concentrarse. Una gran finca situada en los pies de los Alpes a 60 km de Munich. Rudi Völler quien ya había estado allí con la selección alemana, convenció a Tapie rápidamente. Era el sitio ideal para preparar el encuentro debido a su tranquilidad. El excéntrico presidente asumía su culpabilidad de caer en la final de Bari. El hermetismo con el que se fraguó la previa del partido del 91 se cambió radicalmente. En Múnich, se concentraron también las mujeres, y los periodistas eran partícipes en todo momento de los eventos del club.

El día 20 de mayo, a seis días de la final, l’OM disputaba el partido adelantado de la jornada 36 de Le Championnat en Valenciennes. En el descanso, el conjunto local  optó por sacar a los  suplentes. Se comentaba que tres de sus jugadores: Jacques Glassmann, Jorge Burruchaga y Christophe Robert, habían “hablado” con Jean-Jacques Eydelie, centrocampista del OM, por órdenes de Jean-Pierre Bernés, director general del club y brazo derecho de Tapie. El objetivo, que ellos levantasen el pie a cambio de una jugosa suma de dinero. Fue Glassmann, quien informó a sus dirigentes de la tentativa de soborno, reiterando sus acusaciones delante de la prensa a la salida del encuentro. Tras el 0-1 conseguido por el Marsella ninguno de los jugadores daba credibilidad a las acusaciones vertidas.

Raymond Goethals era un tipo muy metódico. Le gustaba estructurar todas las informaciones en su cabeza. Sin embargo, navegaba entre las órdenes de Tapie y la confianza en sus jugadores. Según comentaba Rudi Völler, era un auténtico espectáculo. “Comenzaba a fumar a las ocho de la mañana. Bebía su café mientras sostenía su cigarrillo, pero era un gran hombre, muy experimentado”. Alen Boksic, delantero croata, podía ser llamado con cinco o seis nombres distintos. “No vamos a ganar una Champions League con Bosique”, exclamaba Goethals. Pero, Boksic se sentía confiado a su lado. “Cuando eras titular con un entrenador así, te sentías el rey del mundo”.

La temporada marsellesa fue bastante caótica. La marcha de Papin, Waddle y Mozer, entre otros, supuso que el equipo anduviese tambaleándose al comienzo de la temporada. El año anterior caerían eliminados por el Sparta Praga en octavos de final de la Copa de Europa. Todos los comienzos de liga habían sido últimamente muy complicados. No solían acabar la temporada con el entrenador con el que la empezaban.
En octubre de 1992, encadenarían dos derrotas consecutivas en Le Championnat, frente a Bordeaux y Nantes, algo bastante inaudito. L’OM era solo quinto en la clasificación y Jean Fernandez, entrenador por aquel entonces, duraría desde Julio hasta Noviembre, cuando fue sustituido por Goethals. La derrota en Nantes, supuso el punto de inflexión para que Tapie explotase.

Tras este varapalo, se jugaban entrar en la ronda final de la Champions contra el Dinamo de Bucarest. El día del partido, Tapie cogió a sus discípulos y les reveló cómo llegar a ser campeón de Europa. Les explicó por qué eran los mejores en su puesto y  por qué no tenían nada que envidiar a los jugadores de Milan o Barça. L’OM eliminó a los rumanos (0-0, 2-0) obteniendo el pase a la ronda final.

El primer partido de la liguilla de grupos se jugaba el 25 de noviembre en Ibrox Park, frente al Glasgow Rangers. Los franceses consiguieron un empate a dos después de haber remontado un 2-0 en contra, gracias al magnífico encuentro de la dupla atacante Boksic-Voller.

Los Marselleses validarían  su billete para la final gracias a una última victoria en la fase de grupos en Brujas, (1-0), el 21 de abril. L’OM esperaba su objetivo, verse las caras con el Milan en la final soñada. La primera versión de la Liga de Campeones hacía honor a su nombre. Un solo equipo por país participaba y el número de jugadores extranjeros todavía era limitado, la ley Bosman todavía no había hecho acto de presencia.
El Olympique de Marsella solo podía contar con tres jugadores extranjeros: Alen Boksic, Rudi Völler y Abedi Ayew, Pelé. Por el contrario el Milan, contaba con Papin, Rijkaard y Van Basten, y el holandés Ruud Gullit, quien vería la final en el palco. Sobre el papel, el Milan era claro favorito, pero ya estaban advertidos del enorme potencial marsellés.

Los milanistas después de pasar un periplo sin poder jugar competición europea salieron fortalecidos.  La negación a terminar el partido precisamente frente al Marsella por un corte de luz en la Copa de Europa de 1991, supuso una sanción de un año al club rossonero sin poder jugar en Europa. Sin embargo, los hombres de Fabio Capello arrollaron en el Calcio, con una marca de 58 partidos consecutivos sin conocer la derrota. En la Champions, los resultados lo decían todo: 10 victorias en 10 partidos con 23 goles anotados y solo uno en contra. Gran culpable de todo esto fue Marco Van Basten, quien en esta final jugaría su último partido como futbolista.

La alineación marsellesa del 93 cambió drásticamente respecto a la del año anterior. Bernand Casoni perdió la titularidad en el eje de la zaga, además del brazalete de capitán, en detrimento de un joven de 24 años llamado Didier Deschamps. En la portería Fabien Barthez relegó a Pascal Olmeta al banquillo. Y en la delantera Rudi Völler y Alen Boksic harían olvidar a Jean-Pierre Papin.
El croata no pudo jugar en 1991 por la ley extracomunitaria, pero el estar al lado de JPP le hizo crecer como jugador. Al año siguiente acabaría siendo máximo realizador de Le Championnat con 23 goles. La experiencia la pondría Rudi Völler, el más viejo del lugar con 33 años y 47 goles en 90 partidos con la selección alemana.

Los marselleses llegaron una hora antes al encuentro, con una concentración extraordinaria, apenas se escucharon un par de palabras en el autobús. El Olímpico de Múnich cita de los juegos Olímpicos del 72 estaba lleno a rebosar. 23.500 aficionados marselleses se habían desplazado hasta Baviera. El viaje en autobús más la entrada, costaba alrededor de 1.000 francos, es decir, unos 152 euros.
La tensión crecía en el túnel de vestuarios. Los italianos eran incapaces de mirar a los ojos a los jugadores marselleses. El rigor, la implicación y la profesionalidad que les había inyectado Goethals asustaban a cualquier enemigo.

Kurt Röthlisberger, el árbitro suizo del encuentro, daba el pitido inicial. En los primeros diez segundos Di Meco cometía una falta sobre Donadoni. El italiano no dudó en devolvérsela cinco minutos más tarde. En el centro del campo el capitán del equipo, Didier Deschamps, deambulaba sin apenas partícipe del juego de su equipo. Fabien Barthez se erigiría como uno de los grandes héroes de la noche. Gracias a él, la historia pudo siguió el rumbo ideal. En el minuto 17 y en cuarenta segundos, doble intervención del meta galo, ganándole el pulso a Marco Van Basten y después a Massaro.

A la media hora de juego, Eric Di Meco vería la primera cartulina amarilla del encuentro, tras entrar con los dos pies por delante sobre Albertini. En el banquillo, el fisio del equipo, Jacques Bailly, se encendía un cigarrillo. Sentado a la izquierda de Goethals, Jean-Pierre Bernès, director general del OM se comunicaba por walky-talky con Tapie, situado en la tribuna oficial.

Después de cuarenta minutos de juego, Basile Boli, se queja airadamente de molestias en la  rodilla. Dice que no puede más, que necesita el cambio. La información que llega al banquillo, es trasladada a la tribuna. Tapie indica a Bernès que Boli permanezca en el campo hasta el descanso, éste se lo transmite a Goethals, quien con el walkie-talkie abierto critica las órdenes del presidente.

Transcurría el minuto 44. En el costado derecho Maldini se lanza sobre Pelé y la pelota sale del terreno de juego. Las protestas milanistas llegan al colegiado, las imágenes indican que la pelota no había salido, pero el árbitro hace caso omiso a las peticiones italianas. Abedi Pelé se prepara para sacar el primer córner del partido para los franceses. El ghanés observa a Boli en el área cubierto por Baresi y Rijkaard. El francés consigue zafarse de sus marcadores y remata con la testa al fondo de las mallas. Rossi no puede hacer nada. Los aficionados del OM explotan de júbilo en las gradas. En antena la voz del fútbol galo, Thierry Roland, lo festeja “¡Extraordinario cabezazo de mi Basilou!”.

Quedaba una dura segunda parte para el OM. El cansancio hacía mella en los jugadores. En el lado milanista Donadoni es sustituido por Papin, quien se volvía a encontrar con sus antiguos compañeros. Tres minutos más tarde en un choque fortuito con Lentini, Angloma se fractura la tibia. El lateral es sustituido por Jean-Phillipe Durand. En el minuto 79, el alemán Rudy Völler dejaba su sitio al ex jugador del Sochaux Jean-Christophe Thomas. El Milan se iba apagando. A falta de cinco minutos Eranio sustituía a Van Basten. El colegiado pitó una última vez. Se acabó. Después de 38 años de espera, el Olympique de Marsella daba a Francia su primera Copa de Europa de la historia.

L’OM se marcha a festejar el título a su hotel. Sin embargo, lo que le esperaba en el aeropuerto de Marignane era increíble. Tras la llegada quedaba el paseo triunfal hacia el Vélodrome, donde les esperaban los aficionados.

Pero la euforia no se iba a detener ahí. Dos días más tarde, el 29 de mayo, l’OM se citaba con el PSG para ponerle colofón a su gran semana. Penúltima jornada de liga. Los Marselleses si vencían podían ser campeones por quinta vez en su historia. El ambiente hostil del Parc des Princes que vivieron en la ida no se vivió en el Vélodrome, donde sí hubo una auténtica fiesta. 
  
Se adelantó el PSG con un gol de Guerin, pero Völler empataría al instante. Otra vez, Boli de cabeza ponía por delante a su equipo, y Boksic a falta de quince minutos para el final sentenciaría el choque. El júbilo era total. Sin embargo, el viernes cuatro de junio, el presidente de la LNF, Noël Le Graët, denunciaba a Eydelie como supuesto autor del soborno en el partido frente al Valenciennes. Habíamos despertado del sueño.