domingo, 24 de marzo de 2013

La Guerra del Fútbol


Jamás podríamos haber imaginado que un partido de fútbol iba a desencadenar una guerra entre dos países. La Guerra del fútbol o la Guerra de las 100 horas, término acuñado por el periodista polaco, Ryszard Kapuscinski, se conoce como el conflicto armado que tuvo lugar entre los países de El Salvador y Honduras, a raíz de un encuentro futbolístico en el año 1969.


El Mundial de México 70’ estaba cerca y las selecciones de Honduras y El Salvador se iban a enfrentar en una de las semifinales de la clasificación para el Mundial en la zona CONCACAF. El vencedor se vería las caras con el ganador del Haití-Estados Unidos.

El primer enfrentamiento se llevó a cabo el 8 de junio de 1969 en Tegucigalpa, capital de Honduras. Los salvadoreños llegaron el día anterior al partido, para preparar con tranquilidad el encuentro, sin embargo, la tranquilidad que se esperaba no fue la obtenida. Los aficionados hondureños rodearon el hotel, empezaron a lanzar piedras contra los cristales, tiraban petardos, proferían insultos, tocaban los cláxones de los coches, todo ello, para impedir el descanso de los jugadores de El Salvador, quienes no pudieron pegar ojo en toda la noche. Al día siguiente, la selección hondureña venció a El Salvador por 1-0, con gol de Roberto Cardona en el último minuto. Este gol de Honduras, teñiría de luto el país salvadoreño, ya que una joven muchacha de 18 años se suicidó tras no poder soportar la humillación que sufrió su país. Al entierro acudió en masa toda la capital salvadoreña, incluyendo los jugadores de la selección.

La semana siguiente, se disputaría el partido de vuelta en el estadio de la Flor Blanca en San Salvador. Esta vez, fue la selección de Honduras la que tuvo que sufrir las ofensas de los aficionados salvadoreños; rompiendo cristales, arrojando huevos podridos, incluso ratas muertas. Al día siguiente, los jugadores hondureños fueron llevados al estadio en coches blindados para evitar así la venganza de los aficionados encolerizados, quienes se agolpaban en las calles ante el paso de los futbolistas. En el campo siguió la protesta: gritos, silbidos y abucheos, no cesaron hasta que el partido llegó a su fin. La bandera hondureña fue quemada y se sustituyó por un trapo sucio hecho jirones, demostrando la sed de revancha que tenían los aficionados salvadoreños. El Salvador vencería 3 a 0 ante una inoperante Honduras quien estaba más pendiente de salvar su vida que de jugar al fútbol.

El país visitante fue llevado al aeropuerto con la misma protección que les había transportado hasta el estadio. Sin embargo, los que no pudieron escapar fueron los aficionados hondureños que se desplazaron a San Salvador. Dos fallecidos, decenas de heridos y más de cien coches quemados. Horas más tarde, la frontera entre ambos países permanecería cerrada.

Al anochecer un avión lanzaría una bomba sobre Tegucigalpa, el pánico se apoderó de toda la población quien permaneció escondida en sus hogares. La Guerra entre El Salvador y Honduras había comenzado.

El fútbol ayudó a acrecentar la rivalidad entre los dos países enfrentados por un fuerte proceso migratorio. La reforma agraria de 1969 que elaboró Honduras inició la persecución sobre los inmigrantes salvadoreños quienes habían emigrado al país vecino en busca de tierras cultivables. Este acoso supuso un regreso masivo de población a El Salvador. Ante la presión socioeconómica del campesinado, el gobierno salvadoreño no tuvo otra opción que declarar la guerra a Honduras.

Por suerte o por desgracia la Guerra del Fútbol duró más de cuatro días, cien horas, con un balance de 6.000 muertos y 20.000 heridos. 50.000 personas perdieron sus casas y muchas aldeas fueron arrasadas. La intervención de los países de América Latina fue primordial para el cese de las hostilidades.

Tras todo lo ocurrido, el partido decisivo se disputaría el 27 de junio de 1969 en la ciudad de México. Las dos hinchadas fueron ubicadas en sitio distantes con 5.000 policías armados entre medias. El Salvador vencería por 3 goles a 2 en la prórroga, pero el fútbol, tristemente, había quedado en segundo plano.

martes, 12 de marzo de 2013

Matthias Sindelar: El Mozart del fútbol


Únicamente los más viejos del lugar pudieron llegar a ver a la “música” danzando sobre un terreno de juego. Matthias Sindelar  (Moravia, Austro-Hungría, 1903-1939) era el director de la humilde orquesta austro-húngara en la época hitleriana, en la que el fútbol se concebía como una manera de evadir los problemas diarios.
Sindelar con la camiseta austriaca
Poco nos duró esa sinfonía celestial sobre los campos, Matthias fue encontrado muerto en Viena junto a su compañera Camilla, el 23 de enero de 1939. Varias hipótesis se barruntaron: el doble suicido, tras inhalación de monóxido de carbono y sobredosis de medicamentos, fue la versión oficial de la Gestapo, pero la que sospechaba todo el mundo, es la del doble asesinato a manos de los Nazis, ya que se les relacionaba con los judíos y con los social-demócratas. Nada más y nada menos que 30.000 personas acudieron a sus funerales.
Sindelar era un auténtico opositor hitleriano, se negó a ponerse la camiseta austro-alemana tras el Anschluss, que supuso la anexión de Austria con Alemania. Afirmaba que él no iba a vestir la camiseta de un país que había masacrado a los suyos.
Zischek, Gschweild, Sindelar, Vogl y Schall, fueron los cinco magníficos de ese Wunderteam, en el que las melodías sonaban sin cesar dirigidas por “el Mozart del fútbol”, Matthias Sindelar.  Recordamos aquel Mundial de 1934, en el que cayeron en semifinales ante la organizadora Italia por 1-0 tras un “robo” escandaloso. Ese tercer puesto lo disputarían frente a Alemania.
Sindelar, hijo de un humilde albañil, iba ese día de punta en blanco, como si de un concierto se tratase, sin embargo y a pesar de estar a la altura de las circunstancias, la selección alemana les derrotaría por 3-2. Conocido también como “hoja de papel”, Sindelar se colaba entre los contrarios sin hacer ruido, los cuales no le veían pasar por su extremada finura.
Hitler, ya con Austria anexionada, decidió celebrar un partido de despedida de esta selección frente a Alemania y Sindelar decidió participar como capitán del conjunto austriaco. Como era costumbre, el fino jugador se iba de todos los contrarios, sin embargo, al llegar a la portería alemana, echaba la pelota fuera. Por lo visto, los austriacos estaban amenazados con no meter gol en la portería contraria. Sindelar, ya en la segunda mitad, consiguió el gol, que a la postre sería su presunta sentencia de muerte, no solo por el hecho en sí, sino por el baile que se marcó ante la mirada atónita del Führer, quien creía que iba a alzar el brazo ante él.
450 goles repartidos entre el Hertha Viena y el Austria Viena, además de 27 en 44 partidos con la selección, le sirvieron para ser considerado como el mejor delantero del periodo de Entreguerras. Jaime Bonnail