miércoles, 23 de octubre de 2013

El papa futbolero

Para algunos el fútbol se convierte en pura religión. Rituales estereotipados, encomendaciones a santos impronunciables, equiparaciones de estadios con catedrales…Para un niño argentino de nueve años, el fútbol es pura diversión.
Los domingos, cuando todos se preparaban para ir a misa como buenos cristianos, yo, como buen argentino, agarraba mi remera blaugrana del San Lorenzo y me dirigía hacia el Gasómetro acompañado de mi abuelo, que poca fe me promulgaba. 
Para mí, el Gasómetro era un templo. Un estadio donde cabían cincuenta mil almas cantando a coro por un mismo objetivo, la victoria de su equipo. Mi abuelo y yo nos sentábamos en la tribuna central, bastante alejados de las “barras bravas”, que por aquel entonces apenas tenían ni voz ni voto.  Él se encendía su buen habano, sin consentimiento de mi abuela, que le había prohibido fumar. Yo le miraba y sonreía, mientras me conformaba con mascar un palo de regaliz.
El fútbol era mi vida. Veía a los jugadores como auténticos dioses y siempre soñaba con llegar a ser uno de ellos. Recuerdo a René Pontoni, mítico delantero de aquel San Lorenzo campeón del Apertura en 1946. Era un delantero rápido, astuto, con muy buen juego aéreo. Jamás se me olvidará el día que conseguimos nuestro tercer título, fue ante Racing de Avellaneda.
Último partido de la temporada, esta vez, toda mi familia pecó y sustituyeron la misa por el fútbol. El estadio lleno hasta la bandera, mi abuela rezando un rosario, mi abuelo mordiéndose las uñas porque no podía fumar y mis padres vigilándome para que no me perdiera entre la multitud.
Necesitábamos marcar cinco goles a Racing para proclamarnos campeones. No iba a ser tarea fácil, al descanso íbamos cero a cero.  La desesperación me empezaba a crear angustia, decidí entonces hablar con Dios y pedirle encarecidamente que consiguiésemos esos cinco goles.
A la reanudación, no lo podían ver mis ojos, dos goles en apenas cinco minutos, el milagro podía lograrse. Pasaron los minutos y en el setenta llegaría el tercero y diez más tarde el cuarto. Yo estaba mirando al cielo, sabía que Dios nos estaba echando una mano. Llegó el minuto noventa y Pontoni, marcó el quinto con un cabezazo espléndido. Me levanté de mi asiento y grité: ¡Gracias Dios!

A día de hoy, en El Vaticano, todavía cuento aquella anécdota que me llevó a alcanzar la fe.

1 comentario:

  1. Muy buenas amantes del Audiovisual! Os dejo una webserie que acaba de dar sus primeros pasos y que está realizada por un grupo de chavales sevillanos sin medios y con presupuesto 0. Espero que os guste y si nos ayudáis a difundirla sería para nosotros una enorme ayuda. Gracias!

    ¡Aquí tenéis los dos primeros capítulos!

    https://www.youtube.com/watch?v=v56E7CYToeI

    http://www.youtube.com/watch?v=Zr0VHU4a2P4

    ResponderEliminar